Dicen que la inteligencia musical es una de las primeras que se desarrolla en el ser humano. Que música y lenguaje son códigos de comunicación bastante similares: comparten la oralidad. Y que, desde un punto de vista antropológico, hay evidencias de que la música fue un sistema de comunicación anterior a la comunicación verbal.
Tratar la música y el aprendizaje de una segunda lengua nos va a llevar a pensar y tratar en PDP ELE asuntos sobre la musicalidad del lenguaje. Basta recordar nuestra formación escolar infantil, esas canciones de la infancia que eran auténticas melodías para la adquisición de conocimiento o presenciar el modo en que los adultos hablamos a los bebés, para reconocer que la letra, el lenguaje, “con música entra”. Resulta difícil pensar en el procesamiento de la lengua materna sin ese reconocimiento de los patrones melódicos que tanto caracteriza a la lengua materna. Escuchar a una mamá o a un papá dialogar con su bebé es presenciar el trinar de nuestra lengua. Precisamente, ese exagerado patrón melódico de lo que se conoce como motherese guarda relación, en cierto sentido, con los patrones y modelos entonativos exageradamente marcados que se emplean en las clases de español en los niveles iniciales. Lo que se conoce como “teacher talk” o habla del profesor.
Las lenguas son músicas y música contenemos también en nuestra memoria. Melodías adheridas a los recuerdos de tal o cual evento, y canciones malditas, -¡malditas canciones!-, aquellas que de manera pegadiza se quedan encerradas en nuestra “memoria repentista”. Esa memoria que se activa sola y que nos hace casi canturrear inconscientemente su letra. Pero también están las benditas canciones y dentro de esta también podemos reconocer el beneficio de una canción pegadiza o maldita, ya que hay letras, hay estructuras del lenguaje, que aprendemos gracias a esa combinación de música y lenguaje que encontramos en la canción y que conforma un auténtido “drill naturalizado”. Murphey (1990) describía este fenómeno como “The song-stuck-in-my-head “.
La relación con el aprendizaje de lenguas es más que evidente. Con solo nombrar estas unidades léxicas, -música, canción, musicalidad del lenguaje-, ya podemos intuir los beneficios y la necesidad de atender en el aula de ELE a la integración de estos componentes genuinos para las habilidades de comprensión y expresión. Entre los beneficios, se encuentra todo el caudal de input que puede llegar a despertar una melodía en el alumno. El neurocientífico Patrik Nils (2008) afirmaba: “un sonido te hará sentir más de mil imágenes”. También hay evidencias sobre la ventaja que parecen tener los alumnos que cursan estudios de materia musical en el aprendizaje de segundas lenguas, frente a aquellos alumnos que no tienen esa formación.
Si analizamos tanto la música como la canción desde un punto de vista afectivo, es fácil reconocer en estos elementos su potencial para crear climas emocionales óptimos que favorezcan el aprendizaje en las aulas. La música suele venir envuelta en cierto “pegamento emocional”. Decía Schumann (1997), a propósito de las emociones y el aprendizaje de una segunda lengua, que “las reacciones emocionales influyen en la atención y esfuerzo dedicados al aprendizaje. Los alumnos se tienen que sentir emocionalmente conectados con lo que están haciendo.” La música puede contribuir a crear esos ecosistemas nutritivos de aprendizaje en las aulas y la musicalidad del lenguaje nos puede ayudar a inferir el significado intencional de ciertas manifestaciones lingüísticas. Estas son otras bondades del empleo de la música:
1.- Relajación en el alumnado.
2.- Desarrollo de la cohesión grupal.
3.- Sentido de comunidad.
4.- Concentración y conexión con su yo interno.
5.- Reducción de ruidos provenientes del exterior.
6.- Estimulación de procesos creativos.
¿Se te ocurren más aspectos positivos de atender a la musicalidad del lenguaje en el aula de ELE?
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Os dejamos este enlace a la lista con referencias bibliográficas a las que podéis añadir aquellas que consideréis de utilidad.